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Juan Gómez, el pintor callejero que volvió de la muerte

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A Juan Gómez no le importa si la gente le cree o no. Tampoco se preocupa por buscar alguna prueba. Basta con que él lo sepa. Sentado en una vieja silla detrás del Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez (Camlb), en la plaza Baralt, mientras sus dedos danzan sobre el caballete donde dibuja el rostro de Mónica Spear, cuenta, con plena convicción, cómo volvió de la muerte.
Aquel episodio ocurrió hace unos años cuando regresaba de Rosario de Perijá a su natal Maracaibo, en un viaje que se convirtió, dice, en un debate entre su alma y espíritu. Pero antes de echar el cuento, aclara, hay que saber por qué estaba en esa localidad ganadera. Y la respuesta está en su pasión, en su arte, en su oficio: la pintura.

El próximo 3 de diciembre Juan cumplirá 61 años, dos días antes que Walt Disney si estuviese vivo. Y lo menciona porque ese ícono estadounidense marcó su infancia y, más adelante, comprendió que también le sembró las semillas para lo que se convertiría en el futuro.

Cuando Juan era pequeño, recuerda con nostalgia, Tribilín, famoso personaje creado por Disney, era uno de sus dibujos animados favoritos, junto a Blancanieves y La Cenicienta. También los veía en las calcomanías que vendían en establecimientos, lo que lo motivó a dibujarlos sobre cualquier hoja que tuviese a la mano.

Pero su talento innato careció de una técnica hasta los 20 años, cuando, a través de una amiga, conoció a un artista español que le enseñó cómo pintar con los métodos propios de los ilustradores y cómo hacerlo con la intervención de una fotografía.

Poco a poco, Juan comenzó a trazar líneas y colores con óleo, carboncillo, acuarela, crayones color pastel y difuminos. Lo hizo sobre lienzos, cartulinas y paredes.

Y así, con el título de pintor otorgado por la experiencia, se lanzó a su museo: la calle.

En los 90, quienes transitaron por el Paseo Ciencias, comenta mientras las yemas de los dedos de su mano derecha le dan forma a las cejas y pestañas de Mónica, debieron verlo en esa plaza, más joven pero con los mismos utensilios que carga hoy: algodón, servilletas, pliegos de cartulina, tizas y lápices.

Luego de que cerraran el Paseo, recuerda, empezó a trabajar en talleres donde hacía cuadros al óleo y pinturas de bodegón. A la par, dibujaba murales, y su arte quedó en las paredes —por nombrar algunos— de los liceos Rómulo Gallegos y Jesús Enrique Lossada, y de los colegios Cristóbal Colón y el bautista Rosa de Sarón.

Pero el arte de Juan va terminar donde comenzó: en la calle, donde no es exclusivo para visitantes de galerías, sino para todos los transeúntes.

Juan, ahora centrado en el cabello de la actriz, relata que en 2012 logró titularse como licenciado en Educación, mención Desarrollo Cultural, gracias a la Misión Cultura, donde estudió varios años. Y en 2013 escogió la plaza Baralt, bajo la sombra del techo del Camlb, como su lugar de trabajo, donde lo encontramos. Ese sitio, donde parece que el tiempo permanece suspendido, y la gente que pasa por ahí cada día, lo inspiran, dice con un tono de voz bajo que en ocasiones interrumpe el bullicio típico del Centro.

Terminado el retrato de Mónica, y ya con un veloz trazo de su vida, retoma el episodio inicial: cómo renació.
Juan, quien dijo ser primo tercero de Armando Molero, “El cantor de todos los tiempos”, había ido a Rosario de Perijá a pintar un mural en un colegio. En el camino de vuelta, asegura ahora, experimentó “una muerte suave”.

“No podía hablar, ni reaccionar. Mis signos vitales eran casi nulos… Y perdí el conocimiento. Luego escuché una plática de quienes, para mí, eran mi alma y mi espíritu. Mi alma lloraba, creía que me iría, pero mi espíritu le respondió que no iba a morir, que se quedara tranquila. Ya yo le había pedido a Dios un tiempo más. Y aquí estoy”, narra.

Juan despertó en sillas de ruedas en el Hospital General del Sur. Los médicos le notificaron que ese fue el anuncio de un infarto, y agradecieron no haber tenido que añadir el triste “fulminante”.

“Yo regresé de la muerte”, dice. Acto seguido, estira el brazo, toma otro pliego, lo coloca sobre el caballete, y agrega: “Mi arte es solo para agradecer; la gloria se la lleva Dios”. Un nuevo retrato está en proceso.

Hasta cinco horas puede tardar para pintar un retrato

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Juan Gómez se especializa en el dibujo de retratos

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David Contreras
Fotos: William Ceballos
Noticia al Día


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